La caza mayor ha evolucionado en España durante la segunda mitad del siglo pasado y todo lo
que llevamos de este, de una manera sustancial. Si en la Edad Media las especies de caza mayor se
centraban en el jabalí, el ciervo y el oso, e, incluso el lobo, hoy
día, en la Península Ibérica, son más, las especies codiciadas por los cazadores a la hora de
ejercitar una acción venatoria que conlleve el abatir a uno de estos animales en cualquiera de las
modalidades que en la
caza mayor
hay reglamentadas, dependiendo de los territorios, las fechas e, inclusive, por la acción de
descaste, como una de las formas de mantener el equilibrio en las poblaciones de un territorio
determinado.
El abanico en cuanto a especies cinegéticas en el territorio español se ha
abierto en comparación de las piezas que se podían abatir cuatro o cinco siglos atrás, habiéndose
incorporado algunas de estas piezas hoy codiciadas por sus trofeos, que antes no existían en España
como por ejemplo, el arruí o el muflón.
La caza mayor hay que verla desde dos perspectivas: una, lo que es el hecho
venatorio en sí como un deporte que se ha generalizado, incluso, dando paso a modalidades ya
desusadas como podía ser la caza con arco. Y por otro, lo que aporta al PIB de las
Comunidades Autónomas y por ende, al del país.
Una vez que la caza mayor pasó de ser un divertimento de privilegiados
príncipes, nobles y reyes, a ser un deporte socializado y socializador, los factores que convergen
para su desarrollo, ponen en valor una serie de cuestiones que transcienden la meramente lúdica de
antaño.
Según un estudio realizado por la Real Federación Española de Caza (RFEC) desde
la temporada 1980-1981 a la 2010-2011, el número de capturas, por ejemplo de
jabalíes,
se ha multiplicado por siete. En aquella temporada las cifras que se dieron —teniendo en cuenta la
cantidad de condicionantes a la hora de elaborar las estadísticas—, fue de 31.606 animales
abatidos, y en la temporada 2010-2011 se da la cifra de 222.658. Esto en cuanto al
jabalí.
Pero si miramos las cifras del total de capturas en el mismo periodo de tiempo, habiéndose
incorporado al ciervo, al gamo y al jabalí las capturas de corzo,
cabra montés, rebeco sarrio, arruí y muflón, el saldo se multiplica por
quince, ya que en 1981 fueron contabilizadas un total de 56.769 reses, y en 2011, la nada
despreciable cantidad de 411.649.
Esto, haciendo hincapié en que estas cifras no son exactas, sino que habría que
sumar otros cientos o miles a ellas porque se pierden entre los propios organizadores o sociedades
de cazadores que no declaran las capturas, ya que alrededor de la caza, existen una serie de
lagunas y de vacíos, imposibles de controlar al cien por cien por parte de las administraciones
públicas. Ya sean las Consejerías del ramo, bien sea el propio Ministerio de Medio Ambiente.
En cualquier caso, las cantidades que la caza mayor mueve en España, es, tan
importante, como para que se trate con mimo el hecho venatorio, tanto por parte de los propietarios
de fincas, así como por parte de las Administraciones Públicas. Ahora bien, poner en sintonía ambas
posturas, es un hecho que en muchos casos suscita algún tipo de discrepancia, ya que reglamentar
conforme a derecho y contentar a todo el mundo, es muy difícil.
Del mismo modo, en cuanto a controversias, está también la discusión sobre los
cotos intensivos
cerrados con vallados cinegéticos, y lo que ello supone en el ámbito de la genética, ya que si no
se lleva un escrupuloso seguimiento en este tipo de fincas, remozando y renovando la sangre con
animales procedentes de otros lugares, la endogamia que se produce a medio y largo plazo, puede
llegar a hacer desaparecer por distintas malformaciones, la calidad y la cantidad de las
piezas.
Y visto desde el punto de vista más del deporte, la caza mayor es un acto social
muy importante, sobre todo, en la más practicada de las formas que se puede ejercitar la caza
mayor: la montería.
En la montería tradicional, la que se hace en cotos sociales, o cotos
deportivos o cotos privados abiertos, sin vallas cinegéticas que limiten el terreno —y
cuyos cotos se han convertido en intensivos, con sus consiguientes circunstancias particulares—, a
las piezas, adquiere un cariz particular el acontecimiento social de un día de caza. Las relaciones
humanas entre conocidos y desconocidos, es la tónica de la montería en las dos actuaciones
de antes y después de la celebración de la cacería, como son el desayuno y el almuerzo.
La caza mayor tiene en estas dos manifestaciones sociales, su principal eje
vertebrador dentro de las relaciones humanas, y a nadie que haya estado en alguna ocasión en una de
ellas, se le olvidará alguna anécdota sobre alguno de los lances que en las animadas conversaciones
de la mañana o por la tarde en la junta de carne con un café en la mano, pueden oírse. |