Una más de las modalidades de caza del jabalí, es la espera o el aguardo. En ella
confluyen una serie de características que califica a quienes la practican, como verdaderos
virtuosos de la caza, al concurrir en ella, una variedad importante de virtudes entre los que
consiguen abatir un macareno cuyo trofeo es merecedor de alguna de las tres medallas.
Cualquier cazador no está preparado para realizar este singular tipo de caza,
por carecer de alguna o varias de esas virtudes que señalan a los buenos «esperistas», como son
calificados por algunos autores. En definitiva, un buen «esperista», es aquel cazador que ha de
valerse de una serie de artes que dobleguen las fantásticas cualidades del animal a abatir.
¿Y cuáles son esas cualidades? Muchas y variadas. El tiempo, tanto el espacial
como el meteorológico, el conocimiento del terreno, la seguridad en el tiro, la paciencia, el saber
dónde y cómo preparar el apostadero; poseer unas dotes excepcionales como el mejor de los
rastreadores apaches; ser lúcido y perspicaz ante la suspicacias del
jabalí
que ha llegado a esa edad de ser codiciado trofeo, y que solitario espera la seguridad absoluta,
para alimentarse en la clara oscuridad, de las noches de luna llena. Las más proclives para
el cazador, donde sin servirse de ningún otro tipo de luminosidad, ha de hacer blanco de tal
manera, y con todas las garantías, de que el animal quede muerto en mismo lugar donde ha sido
disparado, por dos razones: una, la de que de este modo, se evita el sufrimiento del propio animal,
y otra, la certeza de cobrarlo y no tener que rastrearlo al día siguiente con todos los riesgos que
eso conlleva. Si en el cazador convergen todos estos atributos, entonces, y solo entonces, podrá
decidirse a preparar la espera.
Para alcanzar la gloria de cazar a un gran macho, lo primero que hay que
hacer es mirar al cielo y el calendario. A partir de ahí, preparar la
espera,
cuyo segundo paso será rastrear el monte y ver las señales que este va deparando a la
observación del experto cazador. Con lo cual, habrá que hacer coincidir el día del evento, con una
noche de luna llena, a sabiendas, de que al iniciarse las horas de más luz serán distintas a las de
la finalización cuando comienza a ponerse en menguante. Esta es la primera tarea: determinar la
fecha. Así pues, una vez elegido el día, con los consiguientes reparos en todo, habrá que comenzar
la búsqueda con el suficiente tiempo de antelación que nos asegure, que no se nos pasará la noche
in albis por falta de precaución, o por no tener la seguridad casi total, de que el jabalí
estará allí como el resto de noches que se irá conociendo de su presencia.
Para ello los métodos a utilizar para «pistear» a un gran macho son, tanto las
huellas como las bañas, así como los rozaderos en los troncos de los árboles.
Ese será el primer signo a medir, para cerciorarse de la categoría del animal.
El cuidado con el que hay que hacer esto para no alertar al jabalí, hay que
extremarlo, máxime, cuando se va a cazar sin hacer uso de ningún tipo de reclamo —legal o
prohibido—, como pueden ser los ya conocidos del gasoil, frutas pasadas o cualquiera de las
golosinas anisadas que tanto le gustan a los
jabalíes.
Es decir, cuando en exclusiva el cazador se va a servir de sus conocimientos y virtudes para
doblegar las cualidades del jabalí, que antes de entrar hasta el puesto donde se hace la espera,
por lo general las bañas o los lugares de abundante
bellota,
tomará todas las precauciones para mantenerse con vida una luna más. Así, dejará que sean los
miembros más pequeños de la piara —las hembras y los
rayones—,
los primeros que entren al comedero. Más tarde, como si de una orden se tratara, mandará al
escudero que hará de relé en el corazón del cazador. Esta será la primera gran prueba en cuanto a
la paciencia y el conocimiento de los animales. Ver en la oscuridad, si se trata del escudero o es
ya su presa.
Mientras tanto, el gran macho estará poniendo sus dos sentidos más
desarrollados: oído y olfato, al cien por cien. No se relajará hasta que llegue al comedero. Ese
será el momento del disparo. Cuando el cazador oiga los ruidos que el gran macho hace al comer.
Esta es una de las principales referencias, junto con los bufidos que llegará dando, para saber que
es el objetivo. |